Por Mark Dybul
No hace mucho tiempo, el sida, la tuberculosis y la malaria parecían incontenibles. En muchos países, el sida devastaba a toda una generación, dejando a su paso innumerables huérfanos y comunidades destrozadas. La malaria mataba a niños y mujeres embarazadas que no podían protegerse de los mosquitos y tampoco acceder a los medicamentos adecuados. La tuberculosis afectaba injustamente a las personas pobres, como ha ocurrido durante miles de años.
Fue entonces cuando los asociados en la salud mundial decidieron aunar esfuerzos y contraatacar. Trabajando juntos, combinando recursos y experiencia e implicando a las personas afectadas por las tres enfermedades, la sociedad civil, el sector privado y los gobiernos, hemos conseguido avances que van más allá de lo que parecía posible.
El Fondo Mundial acaba de publicar el Informe de Resultados 2015 que muestra que las inversiones en salud realizadas a través del Fondo Mundial han salvado 17 millones de vidas, y han permitido ampliar las oportunidades y lograr una mayor justicia social para las familias y las comunidades en todo el mundo. Aun mejor, el informe revela que los avances científicos y las soluciones innovadoras adoptadas están acelerando el progreso a un ritmo incluso más rápido, colocándonos en la senda correcta para alcanzar los 22 millones de vidas salvadas a fines del próximo año.
Pero no es momento de celebraciones. Nos encontramos solo a mitad de camino. Todavía nos esperan enormes desafíos en el ámbito de la salud mundial. Las niñas adolescentes están contrayendo el sida a un ritmo alarmante en el África meridional. La coinfección de tuberculosis y VIH va en aumento, igual que la tuberculosis multirresistente. Los avances conseguidos en la lucha contra la malaria podrían perderse si no ampliamos los programas destinados a la prevención y el tratamiento de la enfermedad.
Debemos concentrar nuestros esfuerzos en varias áreas clave y prestar especial atención a ámbitos como las niñas adolescentes y las mujeres, la promoción de los derechos humanos y la creación de sistemas de salud resistentes y sostenibles.
Muchas más vidas se hallan aún en riesgo de contraer estas enfermedades. Debemos aprovechar el impulso conseguido, actuar con ambición y movernos más rápido para acabar con las epidemias de VIH, tuberculosis y malaria. No olvidemos que ha sido el magnífico despliegue del espíritu humano lo que nos ha llevado tan lejos. La mayor recompensa por este logro colectivo no reside en la enorme cifra alcanzada, 17 millones, sino en la repercusión que cada vida salvada tiene para un ser querido, la familia, los amigos, la comunidad y la nación.
Una vida salvada del sida es una madre que puede criar a su hija y enseñarle a evitar los riesgos del VIH. Una vida salvada de la tuberculosis es un padre que puede volver a trabajar y ganarse el sustento para mantener a su familia. Una vida salvada de la malaria es un niño que supera su quinto cumpleaños y llega a convertirse en médico o, tal vez, en el próximo Presidente de Liberia.
Los avances conseguidos por la asociación del Fondo Mundial son el resultado de la determinación por hacer del mundo un lugar más seguro, más justo, con las aportaciones de los gobiernos, la sociedad civil, el sector privado y las personas afectadas por el VIH, la tuberculosis y la malaria. Las personas cuyas vidas han sido salvadas deben su agradecimiento sobre todo a los asociados sobre el terreno, quienes llevan a cabo la ingente tarea de prevención, tratamiento y atención de las personas afectadas por estas enfermedades.
Cuando los líderes mundiales se reúnan la semana próxima para establecer los Objetivos de Desarrollo Sostenible, como elementos fundamentales para mejorar las vidas de miles de millones de personas, los avances conseguidos en la salud mundial pueden servir como un modelo de lo que se puede lograr cuando las comunidades aúnan fuerzas y se proponen objetivos comunes, como conseguir un mundo libre de la carga del sida, la tuberculosis y la malaria.
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